Jovita: Símbolo de Femenidad

Por Margarita

Tomado de Diarío Occidente. 16 de julio de 1970.

Hace acaso una semana la vi por última vez. Pasó a mi lado, en cualquier esquina céntrica, rozándome casi con la le­vedad de su figura increíblemente esbelta. Iba vestida de color rosa-ingenuo, con medias claras que disimulaban alegremen­te la línea imperfecta de las piernas. Y aquellos zapatos que ella prefería —siempre de tacón—, de modelo indefinido pero impecablemente limpios. En la cabeza, sujetando el cabello corto y crespo, la imprescindible "balaca" del mismo color del traje. Y en el cuello y las muñecas los también imprescindi­bles collares y pulseras, grandes, llamativos, de muchas vuel­tas.
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Esa es la imagen que me queda de Jovita Feijóo, cerran­do la secuencia de otras miles, creadas en tantos años y oca­siones. Siempre con la perseverancia de una elegancia ajada y conmovedora, vistosa sin ser extravagante ni llegar al ridículo.
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Si se buscara el ascendiente, el "carisma" de esta reina original, que logró mantener el vasallaje de la ciudad por más de treinta años, habría que convenir en que Jovita fue casi un símbolo de feminidad y sobre todo de coquetería.
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Inolvidable entre todos los detalles es la mirada de los ojos glaucos, —-definitivamente hermosos—, que se perdían a veces en la nada ilímite de sus propios sueños, o centellaban cuando las bromas inoportunas lograban sacarla de quicio.
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Pero esos mismos ojos se hacían dulces, tímidos, tiernos, cuando el piropo le llegaba más allá del límite de la vanidad. Mujer por esos y muchos detalles, quizá su empedernida sol­tería, su rechazo a la realidad amorosa obedeció al anhelo de conservar intacto ese "su" mundo donde siempre le era dado sentirse bella cortejada, admirada.
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Y Io logró. Para sorpresa grande se comprueba ahora que Jovita tenía... sesenta años. Pero seguía siendo la novia de todos, la soberana de su reino que nunca tuvo nombre pro­pio. Seguía pintándose como hace treinta años, cuidando los detalles del vestido, vigilando el donaire de la flor junto a la oreja.
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Jamás abdicó en su empeño de "lucir elegante" y en su mundo de cintas, de oropeles raidos, de grasientos lápices la­biales y carmines de tono fuerte, Jovita Feijóo fue hermosa­mente auténtica, fiel a ella misma y a su propia concepción de la vida. Y es eso lo mejor que pueda decirse de un ser hu­mano.

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