Entrevista Insolente: Jovita

por: José Pardo Llada


Tomado del Diario Occidente. 16 de julio de 1970. Santiago de Cali. Colombia. Archivo Biblioteca Departamental Jorge Garcés Borrero.


Desde que inicié "las insolentes" —y ya voy por la 43— no sé cuántas veces me han insinuado que entreviste a Jovita, el popular personaje folclórico. Sin embargo, he tenido una sistemática resistencia a conversar con Jovita. Siempre me ha parecido cruel la sonrisa burlona de las gentes al ver a Jovita. Nunca he entendido la razón de su popularidad. Comprendo que a muchos divierta su estrafalaria vestimenta, su exagerado maquillaje o su maniática presunción de no sé qué reinado ilusorio. Pero a mí, francamente, Jovita más que ri­sa me produce melancolía. Y ayer, cuando quizás por falta de tema, decidí entrevistarla y se sentó frente a mi mesa de OCCIDENTE y respondió —con absoluta lucidez y seriedad— cada una de mis preguntas, comprendí que tenía razón en mis prevenciones. Jovita —su risa, su maquillaje, su vestimenta no es sino un disfraz de una pobre mujer dramáticamente sola y desamparada.

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Pero no nos pongamos tan serios. Tampoco Jovita es muy seria. En definitiva es una buena mujer, no desprovista de astucia, que saca el mayor partido posible —aunque siempre pre­cario— a lo que ella llama con no disimulada vanidad su "enorme popularidad", "Ay Dios mío —me repitió varias veces— yo no sé cómo puedo soportar esta popularidad tan espanto­sa". .. Y así la vemos día a día, emperifollada y sonriente por las calles de Cali, saliendo y en­trando en Iglesias y almacenes, saludando a diestra y siniestra, aturdida en su vacuo mundo de ruido y fama populachera.
Claro que todo esto es una forma respetable de vivir que posiblemente llene las am­biciones de esta mujer pero quién sabe.
Nadie sabe qué piensa Jovita cada noche, cuan­do regresa a su casita del Barrio Aranjuez —carrera 21 con 14D— donde le alquilaron por $ 100 un cuarto en el que guarda en cajas de cartón su "colección de vestidos". Nadie sabe qué reflexiona Jovita al cerrar la puerta de su habitación humilde y ya sin tener que sonreír a nadie, se despoja de su maquillaje y de sus trapos de colores. Nadie sabe cómo reacciona Jovita en ese momento cotidiano en que la pobre mujer se enfrenta de veras —sin testigos ni risas— a su absoluta soledad.
Pero en fin, esto es una simple entrevista y no un ensayo psicológico sobre Jovita y es bueno que me limite a reproducir sus respuestas en un diálogo que no quise hacer insolente ante una mujer que merece respeto como la que más.

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— ¿Jovita: Su apellido Feijoo es caleño?
—No sé, yo soy palmirana y palmiranos fueron mis padres. Mi verdadero apellido es Becerra. Yo soy hija de Pacífico Becerra y Joaquina Feijoo. No sé por qué todo el mundo me llama Jovita Feijoo.
— ¿Y desde cuándo vive en Cali?
--Ni me acuerdo. Yo era muy tiernecita cuando llegué a Cali desde Palmira. Trabajaba en un fábrica de cigarrillos, "Almar-Aros", perdí el puesto y vine aquí a buscar algo con qué sostener a mi mamá y hermanitas.
— ¿Y qué fue lo primero que hizo en Cali?
—Pues aunque vine a trabajar, llegando a Cali, me dió por ir a una emisora, Radio Ca­li, donde hacían concursos de aficionados. Ahí comencé a cantar.
— ¿Y qué cantaba?
—Yo cantaba de todo.
— ¿Recuerda especialmente alguna canción?
—Sí, aquella que le decían El Piquito.
— ¿Cómo era eso de El Piquito?
—Decía así: "Ven, ven, joven divina, ven..." yo cantaba muy bien El Piquito.
— ¿Le pagaban por cantar?
—Ganaba todos los premios y un señor de la radio, don Maximiliano Bueno, me quiso contratar para hacer películas.
— ¿Y qué pasó?
—Que murió el pobre Maxi y no pude hacer cine...

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— ¿Qué fue eso de su reinado?
—Uno que organizaron en otra emisora, "Radio Higueronia'' que estaba aquí, frente a la Plaza Caicedo y me eligieron Reina de la Simpatía.
— ¿Y seguía cantando?
—La verdad que no, porque después que me eligieron reina, ya no podía aguantar esta popularidad tan espantosa.
— ¿Y no le gusta ser conocida por todo el mundo?
—La verdad que sí. Me gusta que me saluden y me conversen. La conversación siempre instruye.
— ¿Y qué habla con las gentes, Jovita?
—Hablo de todo, de lo que me pregunten.
— ¿Y política?
—Ah, no, eso si que no. A mí no me interesan las politiquerías.
— ¿Deportes?
—Me gusta mucho el fútbol, adoro a los futbolistas.
— ¿Del Cali o el América?
—De los 2 equipos, pues si defiendo a unos, se enojan otros y yo los quiero a todos.
— ¿Y va mucho al estadio?
—Cuando me dejan entrar gratis.
— ¿Y a veces no la dejan?
—Hay porteros muy fregados.
— ¿Y le gustaría siempre ir a fútbol?
—Sí, pero sin tener que suplicar. Yo creo que tanto el Cali como el América, debían darme un pase permanente para mí y un acompañante, para no tener que ir siempre sola.

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— ¿Siempre ha vivido sola, Jovita?
—Completamente. Y es mentira los noviazgos y amores que me atribuyen.
— ¿Ni cuando era más jovencita?
—Yo de joven fui igual ahora, que no me considero una vieja. Tuve amigos, pero nunca llegué a la realidad con ningún novio.
— ¿Por qué?
— Porque la mayor parte de los hombres son unos irresponsables que no piensan nada en serio. Y yo no voy a aventarme a una vida mala con el primero que se me aparezca. Puede decir claramente que yo nunca he tenido dares ni tomares con ningún hombre...

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— ¿Amigos?
—Todo Cali.
— ¿Y cuáles son tus mejores amigos?
—Los comerciantes. Se han manejado muy bien conmigo. Tanto los libaneses, como los judíos y los colombianos. Ahora mismo, me la paso donde Michel Daccach, que me permite que en su almacén venda los afiches con mi retrato.
— ¿Cuánto le pagan por cada afiche?
—Hasta $ 20.
— ¿Y nunca ha tenido dinero Jovita?
—Yo no recuerdo haber visto nunca más de $ 200 juntos. Pero en fin, voy viviendo.
— ¿Y de qué vive?
—Ahora, de estos afiches que me dieron el fotógrafo Franco y un argentino grandote que siempre está muy serio. Pero hay comerciantes que me ayudan. Y diga que yo agradezco mucho. No hay nada más lindo en la vida que ser agradecida.
— ¿No le gustarla tener un empleo fijo?
—Eso si que no. Yo adoro la libertad y la independencia. No me someto a ser sirvienta de nadie. Yo ando libre por las calles de Cali y cuando veo que todos me saludan y me quieren le digo que me siento de verdad como la reina de este pueblo.
, — ¿Y qué hace durante todo el día?
—Pues calle arriba, calle abajo, en mis diligencias. Soy una mujer callejera, pero decente. Y me acuesto siempre temprano. Tratándose de espectáculos nocturnos, no voy a ninguno. Que va, yo no me expongo a que me hagan cualquier daño, a que me rapten o me secuestren...
—Pero Jovita ¿Cómo van a secuestrarla a usted siendo tan pobre?
—No crea, ya aquí secuestran a cualquiera por unos centavos. La cosa se ha puesto muy peligrosa en este Valle. Lo que pasa es que yo soy avispada y me acuesto temprano.
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—¿Nunca ha estado enferma?
—Hace algún tiempo, el doctor Gallo  — que tesoro de hombre — me operó de una flema en la garganta. No era bocio, como dicen los enemigos, sino una flema. Y antes, el doctor Vivas Lazo, de Palmira, me curó de reumatismo muscular. Fuera de eso no he tenido más nada, gracias a Dios.
— ¿No ha estado nunca en algún hospital?
—Nunca. Ni hospital, ni asilo. Y es bueno que aclare esto para contestar las habladurías de las gentes que dicen que yo estoy loca. Diga usted señor Pardo sí yo le parezco loca. Yo soy más sensata que la mayor parte de las mu­jeres que andan por ahí. Una cabeza como la mía, no la tienen tantas. Lo que pasa es que siempre hay gente envidiosa o que no lo comprenden a una. Eso es lo que me pasó en Palmira, mi pueblo, donde nunca me comprendieron. Por eso no he vuelto a Palmira.

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¿Y qué es lo que más le gusta en la vida, Jovita?
—Bailar. Me encanta el baile. Yo me privo por el baile. Especialmente por los valses. Pero ya no se oyen muchos valses. La gente prefiere otra música como esa de la Piragua.
—Y qué es lo que menos le gusta
—Lo que menos me gusta, lo más horrible del mundo, es la pobreza. Yo le digo que no hay nada peor que no tener plata. Teniendo una plata, no importa que una sea una bruta.
— ¿Le gusta el trago?
—Nada de trago. A lo sumo, un buen vinito. Eso de una mujer tomando aguardiente, me parece vulgar.
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—Se hace usted misma sus vestidos?
—Yo misma. Y tengo muchos, pues el comercio acostumbra a regalarme mis cortecitos ahora en diciembre.
— ¿Qué moda prefiere?
—La falda larga, pues eso de la mini-falda como la llevan algunas me parece una indecencia. Si señor, una indecencia.

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— ¿Católica?
—De misa todos los días. Casi siempre en la Catedral o en la Iglesia del barrio, la Santísima Trinidad?
— ¿Conoce al Padre Hurtado Galvis?
—Sí y le tengo muchas simpatías. Pero últimamente como que se ha puesto muy serio. Ya no se le puede hablar.
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— ¿Lecturas?
—Los periódicos. Pero a veces lleco tarde y no me entregan mi ejemplar de OCCIDENTE. Me interesan todas las noticias. Ahora he esta­do muy entretenida con eso de los astronautas y los viajes a la Luna. No crea, me ha intrigado muchísimo, pues a veces pienso si al bajarse en la Luna, con tanto frío como debe haber allí, esos astronautas no se encalambran…

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—¿De tantas personas que usted conoce en Cali con quien le gusta hablar?
—Le voy a decir, yo hablo con mucha gente, pero cosas sin importancia. Lo que me preguntan. Yo no tengo una sola persona verdaderamente allegada con quien hablar. Lo que es íntimamente, no tengo con quien hablar.

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—Se considera una mujer feliz?
—Hasta donde puede ser feliz una mujer pobre y sola.
—¿Y cómo concibe usted la felicidad?
—Tener uno su ambiente, es decir, una casita humilde donde vivir, no estar preocupa­da por el alquiler y ser lo más independiente posible. En esto está la felicidad; en no pagar alquiler y en ser independiente.

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